Lo que nos hace humanos, nos hace infelices

Insatisfacción permanente, vacío existencial, sensación de búsqueda insaciable de felicidad, de que lo bueno está aún por llegar, carrera hacia un futuro mejor …

Seguramente estas emociones resuenan en nosotros. En algunos momentos es fácil darnos cuenta que estamos viviendo algo que no nos pertenece. Parece como que lo bueno siempre está por llegar. Sentimos que vivimos en la antesala de la felicidad y que aún tenemos que caminar un poco más hacia “eso” nuevo que nos espera y que tanto anhelamos.

El caso es que las situaciones en la vida se entrecruzan y no llega ese momento. A veces surgen situaciones inesperadas desagradables que tuercen nuestros planes y nos obliga a readaptarnos con resignación y entonces… mañana será “ese día”.Otras veces llegamos a nuestros objetivos, pero enseguida nos damos cuenta que, aun así, lo bueno sigue estando por llegar. La búsqueda no ha terminado y nos planteamos otros nuevos donde encontraremos la satisfacción plena.

Búsqueda insaciable, necesidad de certeza, de que hago lo correcto, estoy en el sitio correcto y con las personas correctas. ¿Existe lo perfecto, aquello que me va a llevar a la felicidad plena?

No estoy diciendo que no tengamos que desear una vida mejor. Es responsabilidad nuestra hacernos cargo de nuestras vidas y es loable y lícito desear y buscar. Pero… ¿somos conscientes de esa búsqueda sin fin?

Ese anhelo nos lleva a la insatisfacción permanente ¿somos conscientes de ello? ¿por qué nuestras mentes están en constante búsqueda? ¿por qué tenemos la sensación de que lo bueno está por venir?

Probablemente la respuesta esté en el modo en el que está diseñado nuestro cerebro. Desde la época de las cavernas nuestro cerebro ha evolucionado para que podamos sobrevivir. Está diseñado para una búsqueda incesante de todo aquello que nos haga avanzar, crecer, desarrollarnos más allá de los límites establecidos Fisiológicamente somos animales muy vulnerables a la extinción. No tenemos garras, ni fuertes colmillos, ni una piel gruesa que nos proteja de la agresión de otros animales.

Lo que nos ha ayudado a sobrevivir como especie ha sido el desarrollo de la corteza cerebral o neocórtex, resultado de más de 700 millones de años de evolución. Esa parte de nuestro cerebro se ha ido diseñando para resolver problemas prácticos, para planificar estrategias que nos ayuden a una vida más cómoda y segura, pensar en alternativas y añadir emoción en nuestras decisiones. Eso que nos hace humanos también nos hace infelices. Nuestro cerebro está diseñado para la supervivencia, pero no para ser feliz, como dice el profesor Francisco Mora, director del departamento de Fisiología Humana de la Facultad de Medicina de la UCM.

Cada vez que nos adelantamos a un peligro o a una amenaza nos aseguramos la supervivencia, pero nos crea preocupación y ansiedad. En el siglo XXI ¿cuántas veces a lo largo de nuestra vida vivimos una situación de amenaza a nuestra propia supervivencia? No se corresponde con nuestros niveles de ansiedad

Cada vez que evitamos o huimos de lo que nos da miedo seguramente tendremos más probabilidades de continuar con vida, pero nuestros miedos actualmente no nos evitan de la muerte, en la mayoría de los casos, si no del afrontamiento a muchos de nuestros problemas.

Llegados a este momento histórico de nuestra evolución no nos queda más que entender que nuestro sufrimiento es fruto de nuestro programa cerebral. Esta afirmación parece que ya nos quita un peso de encima. Ya no somos tan responsables de nuestro sufrimiento o infelicidad. Ya no tenemos que sentirnos culpables ni avergonzados cuando no conseguimos controlar la ansiedad, tristeza, miedo etc.

Sin embargo, esto nos lleva a un nuevo planteamiento: ¿qué pasa si vivimos la experiencia en primera persona con aceptación plena, sin juzgar si debería o no ocurrir? Entendiendo la experiencia en su totalidad, como situaciones en nuestra vida, emociones y sensaciones físicas que la acompañan. Sin añadir una carga mayor de sufrimiento al resistirme a vivir la experiencia tal cual es.

Veamos un ejemplo: Imagina a una persona con ansiedad a hablar en público y le proponen un trabajo con muy buenas condiciones laborales y que además le gusta, pero que con frecuencia tendrá que hablar en público. En estos casos el miedo, la preocupación no es adaptativa y en muchos casos puede incluso a provocar una huida (no aceptar el trabajo) y un sentimiento añadido de vergüenza y de culpa por no ser capaz de vencer la ansiedad. Probemos a aceptar el miedo y la amenaza como parte de mi experiencia, integrándola en mi vida con aceptación, entendiendo que seguramente es parte de mi legado tras años de evolución y afrontemos (en este caso aceptando el trabajo) la situación.

Cada vez que vivimos la experiencia centrándonos en el momento presente con aceptación plena, sin juicio probablemente la viviremos más plenamente, sin anhelos que nos lleven a la insatisfacción, sin resistencia a lo que no podemos cambiar.

Quizá dentro de otros 700 millones de años nuestros cerebros hayan evolucionado hacia un programa donde se pueda vivir de manera más satisfactoria o por lo menos con menos dolor emocional.

 


Mar Rúa